"El Cristo de Velázquez"
Miguel de Unamuno
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno.
Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dió toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.
Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre
nos guían en la noche de este mundo
ungiéndonos con la esperanza recia
de un día eterno. Noche cariñosa,
¡oh noche, madre de los blandos sueños,
madre de la esperanza, dulce Noche,
noche oscura del alma, eres nodriza
de la esperanza en Cristo salvador!
"The Christ of Velázquez"
Miguel de Unamuno (trans. by Armand F. Baker)
Of what do You think, Christ, after your death?
Why does that veil of blackest night formed by your thick Nazarene hair fall down over your forehead?
You look within yourself, where the Kingdom of God is, within yourself where the eternal Sun of the living souls is dawning. Your body is white like a reflection of the Father of Light, the life-giving Sun; your body is white like the dead moon that rotates around its mother, our tired and wandering earth; your body is white like the Host of the sky during the deepest night, of that sky which is black like the veil of your abundant black Nazarene head of hair.
You, Christ, are the unique Man who succumbed willingly, who triumphed over death which because of You has become exalted.
Since then, because of You, death brings us life; because of You, death has become our mother; because of You, death is the sweet balm which sweetens life’s bitterness: because of You, the Corpse who does not die, white like the moon of the night. Christ, life is a dream, and death is an awakening. While the solitary earth is sleeping the white moon is awake; on His cross the Man is awake while men are asleep; the Man with no blood is awake, the Man who is white like the moon in the dark night; the Man who gave His blood remains awake so that others will know they are men.
You are the savior of death. You open your arms to the night, which is black and beautiful, because the Sun of life has looked on it with its eyes of fire: because the Sun has made the dark night so very beautiful. And the solitary moon is also beautiful, the white moon in the starry night, which is black like your abundant Nazarene hair. The moon is white like the body of the Man on the cross, a mirror of the Sun of life, of the one who never dies. Master, the beams of your soft light guide us through the dark night of this world, anointing us with the fervent hope of an eternal day. Blessed night, oh night, mother of pleasant dreams, mother of hope, sweet Night, dark night of the soul, you are the source of our hope in Christ the Savior.